El titular es una respuesta del sociólogo polaco, Zygmunt
Bauman, tratando de señalar esa visión cortoplacista de la sociedad actual. Una
comunidad alienada por el consumismo que
alimenta la constante insatisfacción del “yo” que solo es capaz de retroalimentarse a través
de la utilización de objetos y personas
como bienes de consumo.
Bauman con ‘Raza de deudores’describió admirablemente el círculo económico que la clase dirigente logró imponer a los ciudadanos para convertirlos en esclavos. La plasmación de un gran negocio vendido en base a unas ideas aparentemente beneficiosas para aceptar esas cadenas de oro. Esa misma ideología se traspasa al lado más humano y así, actualmente, cualquier tipo de relación no dura casi nada. Las amistades se dejan en el camino y las parejas buscan solo la gratificación inmediata, algo similar a ese móvil que quedó obsoleto y es preciso adquirir el último modelo porque el viejo ya no cumple tus expectativas.
Ahora, ciudadanos, empresas y Estados, plenamente integrados
todos en la raza de deudores, están a merced de la banca internacional, que los
domina y controla a través de la gestión del crédito, que amplia y abarata o
restringe y encarece en función de sus objetivos e intereses, y la paulatina
implantación de un supranacionalismo global y no democrático.
Bauman con ‘Raza de deudores’describió admirablemente el círculo económico que la clase dirigente logró imponer a los ciudadanos para convertirlos en esclavos. La plasmación de un gran negocio vendido en base a unas ideas aparentemente beneficiosas para aceptar esas cadenas de oro. Esa misma ideología se traspasa al lado más humano y así, actualmente, cualquier tipo de relación no dura casi nada. Las amistades se dejan en el camino y las parejas buscan solo la gratificación inmediata, algo similar a ese móvil que quedó obsoleto y es preciso adquirir el último modelo porque el viejo ya no cumple tus expectativas.
Es muy difícil escapar individualmente de la sociedad de
consumo. Ella impone las reglas de juego y tú estás allí. Nos falta fe para
creer en la parábola de Cristo : No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de
comer; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir”. Sin embargo, siempre nos
queda ese margen de libertad para bordear y no quedar atrapado totalmente en
esa sociedad consumista.
Según Bauman “La ética del trabajo consiste en;
responsabilizar a los pobres de su pobreza gracias a su falta de disposición al
trabajo y, por lo tanto, su inmoralidad y degradación personal (lo que provoca
su castigo ante el pecado) es uno de los últimos servicios de la ética del
trabajo a la sociedad de consumidores”.
El lado económico apuntado por Zygmunt Bauman lo recoge, en
síntesis, Emilio Carrilo en su blog ‘El cielo en la tierra’. Aquí os dejo su
texto:
Del ahorro al consumo
y del crédito a una nueva esclavitud: la raza de deudores
La actual mutación del sistema socioeconómico no ha sido
fruto de la casualidad. Durante décadas se fueron creando las condiciones
adecuadas para ello:
Primeramente, la base de los beneficios que el sistema
siempre procura maximizar dejó de estar en la plusvalía que se extrae del
trabajador para centrarse en el consumo. Y este, para que las ganancias fueran
las mayores posibles, tenía que ser masivo y en constante expansión.
Esto obligó a superar uno de los pilares del capitalismo
productivo surgido de la Revolución Industrial: el ahorro, fundamento de la
inversión. El ahorro llevaba implícita una determinada moral social y estilo de
vida: si alguien deseaba algo, intentaba ahorrar para poder comprarlo; y si
quedaba fuera de su alcance, se reprimía el deseo. Pero esto constituía un
lastre para el consumo masivo, que exige generar el deseo irreprimible de
consumir y facilitar los medios para satisfacerlo.
De este modo, el protagonismo pasó del ahorro al crédito: se
desplegaron las velas del préstamo y la deuda, apareciendo poco a poco nuevos
instrumentos financieros (la tarjeta de crédito es un ejemplo reciente) que dan
a todos los objetos del deseo la posibilidad de ser comprados sin necesidad de
un ahorro previo. Se configuró así la denominada sociedad de consumo,
íntimamente ligada a un endeudamiento creciente no sólo de las familias, sino
también de las empresas, que acuden intensamente al crédito bancario como
manera de anticipar y financiar sus inversiones y proyectos.
Más llegados a este punto, el consumo/consumismo produjo un
nuevo cambio en la base del beneficio, ya que la deuda en sí y como tal se
convirtió en el principal generador de ganancias, muy por encima de la
producción y venta de bienes y servicios. Con ello quedó atrás el capitalismo
productivo y su lugar fue ocupado por el capitalismo financiero. Y la banca y
la especulación, cada vez más global y cortoplacista, tomaron los mandos del
sistema.
Ciertamente, uno tiene que pagar sus deudas en algún
momento, pero una refinanciación –deuda sobre deuda– permite salir del paso. Y
de oca en oca, de deuda en deuda, se avanza hacia una nueva clase de
esclavitud: vivo para devolver lo que me han prestado, aunque sea a costa de
trabajar más horas y aceptar el tipo de
vida y las reglas de juego que el sistema impone. Así, el crédito y la banca
consiguieron transformar a personas y empresas en una nueva tipología de
esclavos: la “raza de deudores” que ha descrito Zygmunt Bauman. A los esclavos
que llenan el mundo ya no hay que ponerles grilletes, ni someterlos con
latigazos. Se creen libres en la jaula del consumismo y entre sus barrotes
virtuales forjados con préstamos y deudas.
Los Estados, con sus políticas incentivadoras del consumo y
el gasto, contribuyeron a consolidar la sociedad de consumo, primero, y la raza
de deudores, después. Y en los últimos años, los propios Estados han pasado a
formar parte de esa raza a causa del enorme endeudamiento originado por el
gigantesco montante de dinero público que los gobiernos han desviado a la banca
privada.