El Teatro del Barrio de Madrid acoge, hasta el 18 de abril,
la obra ‘Celebraré mi muerte’ una reflexión sobre la decisión personal de pedir
una muerte asistida, más allá de los tabúes. Marcos Ariel Hourmann fue el
primer médico condenado en España por practicar una eutanasia. Su vida cambió
en marzo de 2005, cuando decidió acabar con una paciente terminal que le
suplicó la muerte. A partir del hecho real, Marcos Ariel se representa a sí
mismo en escena junto a una pantalla y un tribunal formado por miembros del
público que finalizada la función le hacen entrega del veredicto del jurado
popular: inocente o culpable.
El 28 de marzo de 2005 la vida del doctor Marcos Ariel
Hourmann cambió para siempre. De madrugada, una paciente de más de 80 años
llegó al servicio de urgencias del hospital donde trabajaba. Sometida a dolores
terribles, el pronóstico daba una esperanza de vida de apenas unas horas. La
paciente y su hija rogaron al doctor que por favor acabase definitivamente con
su sufrimiento. Y entonces Marcos, saltándose todo protocolo médico, le inyectó
50 mg de cloruro de Potasio en vena. La mujer falleció a los pocos minutos y
Hourmann hizo algo que nunca antes había hecho nadie en este país: dejó escrito
en el informe la verdad de lo que había sucedido.
Un jurado popular debía dictar sentencia sobre su caso, pero
el juicio nunca llegó a celebrarse. La fiscalía ofreció a Marcos declararse
culpable, aceptar una condena menor y evitar así la prisión. De esta forma
esquivó la cárcel, pero su vida se convirtió a partir de entonces en un
infierno.
Repudiado por todos los hospitales españoles, emigró a
Inglaterra con su mujer para empezar de nuevo. Continuó trabajando como médico
hasta que la prensa británica descubrió su historia y lo bautizó como "El
Doctor asesino". Sin poder trabajar en Inglaterra volvió a España, donde la
mayoría de hospitales le siguen dando la espalda. Actualmente trabaja en una
pequeña mutua como médico a domicilio.
Más de 10 años después, Marcos siente hoy la necesidad de
explicarse y defenderse como no lo hizo en aquel momento. Por eso ahora va a
someterse a otro tipo de juicio: el del público. Con su historia representa una obra de teatro, en la cual expone lo que ocurrió y cuáles
fueron sus motivos para acabar con la vida de su paciente.
La representación genera interrogantes. ¿Debe un médico
ayudar a morir? ¿Por qué sí se permite la sedación y no la eutanasia? ¿Siempre
hay que respetar la opinión del paciente?
Las respuestas no son unánimes aunque
en un sondeo realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en
2011 un 77,5% de los encuestados apoyaba la aprobación de una ley para regular
el derecho a tener una muerte digna, la cual fue aprobada en 2017 sin
contemplar el suicidio asistido. La inclusión de la eutanasia fue una de las
medidas propuestas por el PSOE cuya tramitación se encuentra bloqueada por la
convocatoria de elecciones.
La gente debe morir según sus convicciones y, por supuesto,
debe aceptarse como un derecho de la persona el sí o el no a esa muerte
asistida. “Elegir cómo morir, ahí está la clave”, afirma este médico argentino
e improvisado monologuista.
"¿Por qué tengo que obligar a alguien a vivir cuando no
quiere? y apunta: "Provoqué la muerte porque creo en la vida”, aún no
hemos aceptado la eutanasia en temas médicos irreversibles, así que si hablamos
de las enfermedades mentales degenerativas donde el deterioro es lento y
progresivo puede que te plantees que eso no es vivir. Es el caso de Maribel,
enferma de Alzheimer que solicitó por escrito la muerte asistida porque vivir
sin reconocer a sus seres queridos era llevar una vida sin amor, sin recuerdos
y sin futuro, lo más cercano a la muerte.
Hourmann asegura que
no volvería a repetirlo: "No porque no piense igual que antes, sino porque
sería sacrificarme a mí y a mi familia de nuevo”.
Únicamente 6 lugares en el mundo (Holanda, Bélgica, Canadá,
Suiza, el estado de California y Colombia) han decidido abordar legalmente la
cuestión de la Eutanasia. Incluso otros temas tan controvertidos como el aborto
o la pena de muerte cuentan con mayor cobertura legal en el planeta.
Da igual que se trate de países católicos, musulmanes,
budistas o laicos. Da igual que hablemos de países avanzados como los del norte
de Europa, o estados en vías desarrollo. La libertad de decidir cuándo y cómo
morir es la última frontera que el pensamiento contemporáneo no sabe cómo
afrontar.
La sociedad actual no sabe cómo resolver este conflicto con
la muerte, pero no siempre fue así. En el pasado, muchos pueblos y culturas
convertían la muerte en un acto de dignidad, una despedida en la que los
ancianos tomaban la decisión de irse con la cabeza alta, celebrando el final de
la vida como si de una fiesta se tratase.
Marcos se pregunta: “¿No deberíamos poder celebrar nuestra
despedida?”