lunes, 13 de marzo de 2017

Don Juan vive, pero camuflado

El primer ejemplo del personaje de Don Juan se atribuye a tirso de Molina en su obra ‘El burlador de Sevilla y convidado de piedra’ (1630), aunque en el teatro aparecen antes ciertos antecedentes del tipo fanfarrón y seductor. Sin embargo es ‘Don Juan Tenorio’ de José Zorrilla (1844) la obra que, por tradición, representa dicha figura.


El Tenorio vive la segunda época del romanticismo y aparece en un contexto ambiental de oscuridad o bajo el resplandor de la luna, sustentando valores machistas de la época: la masculinidad vinculada al valor, el orgullo y una presencia física impecable que, en el día de los enamorados, se haría un regalo a sí mismo.

Ortega y Gasset considera este drama un ejemplo de teatro plenamente popular. Así, Don Juan es provocador, mentiroso, seductor e inmoral, pero se transfigura, a través de la castidad y el amor auténtico de Doña Inés, en un enamorado capaz de conocer la palabra amor. Así, el público, como si fuera una telenovela, celebra su transformación y siente piedad por él cuando declama: Llamé al cielo y no me oyó; /y pues sus puertas me cierra/de mis pasos en la tierra/ responda el cielo, no yo.

Aquí aparece la palabra "destino". Ha sido un juguete de la Providencia para llegar a un fin concreto: la remisión de sus pecados. Así, la salvación de Don Juan por el amor de Doña Inés aniquila el personaje: su orgullo satánico, su sensualidad infinita, su rebeldía absurda y su desprecio de la muerte siguen la misma pauta de esos santos pecadores cuya figura más destacada es Pablo de Tarso/Saulo.

Entre los personajes mitos literarios: Fausto, Hamlet, Macbeth aparecen Don Quijote y Don Juan. Decía Miguel de Unamuno: "¡Cuánto daría por haber presenciado un encuentro entre Don Quijote y don Juan y haber oído decir al noble de la locura, al que anduvo doce años enamorado de Aldonza sin atreverse a abrirle el pecho, lo que le diría al rápido seductor de doña Inés!. Ese encuentro nos daría acaso la página más hermosa de que se pudiese lograr la literatura española". Ese encuentro supondría el diálogo de dos arquetipos españoles y universales enfrentados.

Ortega y Gasset destaca la teatralidad de la obra: elocuencia, gestos y cambios de tono con una versificación, de fácil sonoridad, de música pegadiza que, en ocasiones, cae en el ripio. La historia tiene el carácter de farsa, de cuento. Todo lo que ocurre en ella es inverosímil y teatral. Pone al espectador frente a un mundo que no es el suyo elevándolo de su realidad cotidiana. Algo así como un 'Pretty Woman' de mediados del siglo XIX. Uno no se imagina un Don Juan plebeyo, ni físicamente poco agraciado. Don Juan mataba a sus adversarios con la espada, mientras Richard Gere los arruinaba económicamente. Ambos son redimidos por una mujer. Sin embargo, en el 1848 es por una monja y en la película por una mujer pública.

El Don Juan actual

Es evidente que el Don Juan Tenorio de 1844 en la actualidad causaría risa. Vive otra época y otros valores sociales. Sin embargo, sigue vigente su figura en otro contexto social y económico. El machismo es innato en este personaje. Nunca lo admitirá en público. Al contrario, como los políticos, lo negará. No obstante, se dedican a seducir a cuanta mujer encuentran y cuando esta cede a sus pretensiones sexuales, ella se convierte en un triunfo más de su colección. El trofeo preferido será la más inalcanzable.

Él mismo forma parte de un sistema amoral/inmoral y se beneficia de dicha realidad. No es un tipo romántico, sino cerebral. Dos son las bases de su éxito: es un galán (un hombre físicamente atractivo) y un gran conocedor del alma femenina que ofrece lo que ellas demandan. Él encierra las mismas contradicciones que sus admiradoras: la falta de identidad. Ahora bien, debemos distinguir entre el Don Juan joven que ama el riesgo como especie de orgasmo y utiliza la seducción para hacerla pública y, así, realzar su ego y tapar un complejo; del Don Juan maduro para el que el arte de la seducción es más privado y hace de la seducción un arte en el que la presencia física no es solo la etiqueta de presentación.

El ejemplo Galiardo

Juan Luis Galiardo fue uno de los galanes del cine español de los años sesenta. En la película 'Don Juan, mi querido fantasma' se recrea para desmitificarlo al célebre burlador de Sevilla y se realiza en forma de comedia esperpéntica. Galiardo tuvo doble papel: protagonista y productor. Mencionaba en una entrevista: "Este Don Juan que hacernos es totalmente desmitificador y lleno de un humor nada habitual en nuestro país, donde lo habitual es reírse de los demás y no de uno mismo. Yo interpreto a los dos donjuanes, al que quiere redimirse y al otro, al actor que se parece un poco a como yo era antes, que no miraba a las mujeres a los ojos, sino que miraba más abajo, directamente al centro de las piernas".


Con 50 años cumplidos y con una amplia trayectoria profesional a sus espaldas declaraba: "Cuando comencé en el mundo del cine y del teatro me daban muchos papeles porque, según decían, tenía cara de cosa, o sea, cara de galán latino. Yo me dejé llevar y junto a los recorridos profesionales hice también unos recorridos humanos bastante destructivos. Entonces llegó un momento en que decidí pararme y retomar los orígenes, las razones por las yo me hice actor ingresando en el Escuela de Cine y encontrar mi identidad (Don Juan no la tiene porque mutando constantemente nunca es él, aunque cree serlo..


Este actor ha fallecido en el 2012. Comenzó muy tarde como becario de la interpretación, pero logró demostrar que era un buen actor.

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