sábado, 16 de mayo de 2020

Julio Anguita, el Don Quijote de la política en España


En otros comentarios de mi blog he mencionado mi admiración por Anguita y por la figura del Quijote. Siempre han corrido malos tiempos para los idealistas y Anguita ha sido ese caballero/Quijote que hablaba de las armas y las letras. Quiso ser militar y monje, pero de los auténticos, para acabar como jubilado con su pensión de maestro y renunciando a la de exdiputado y a un Ministerio de Cultura que le ofreció Felipe González/Mefistófeles.

Ayer, falleció a los 78 años tras no superar una parada cardiorespiratoria. Antes había superado tres infartos y al igual que el cantautor Carlos Cano, otro buen hombre, su pobre corazón se paró.

Desde que conquistó la alcaldía de Córdoba en 1978 y hasta que dejó la coordinación general de Izquierda Unida en el 2000, batalló con propios y ajenos por su línea incorruptible. Además tuvo que lidiar con la escisión de la corriente interna Nueva Izquierda, de corte socialdemócrata en la que tenía como topos a  Cristina Almeida o Diego López Garrido que deseaban alinearse con el PSOE. Son conocidos sus desencuentros con Carrillo y Sartorius dentro del PCE. Sin embargo, Anguita siempre mantuvo la tesis que el PSOE nada tiene que ver con la izquierda, hace décadas que no es la izquierda; es simplemente una especie de marca blanca de la Derecha.


Él siempre se hartó de proclamar el lema “Programa, programa, programa”, defendiendo unos acuerdos concretos antes de supeditar acuerdos con los socialistas.

Antes de su muerte comentó: “Haber entrado en el Gobierno puede ser la tumba o la gloria de Unidas podemos”. En la opinión de este humilde bloguero será su tumba. 

El político comunista creía tanto en la honestidad personal que llegó a afirmar: “si un político es de extrema derecha, pero es honrado, darle el voto”. Quizás, por esa razón Francisco Marhuenda, director de La Razón, ha manifestado en televisión que “Julio Anguita siempre ha sido un hombre culto y coherente en lo que dice y en lo que hace”

La libertad personal no tiene precio

Nunca quiso llevar escolta. Al igual que esos vaqueros intrépidos del Oeste llevaba un revólver reglamentario que solo tuvo que sacar en una ocasión cuando unos ultras le pararon en la calle Goya una semana antes del 23-F para que cantara el Cara al Sol.

"Uno puede entregar parte de su vida a una ideología, a una causa, pero la libertad personal no tiene precio”

Hijo de militar, místico y marxista

El que fuera secretario general del PCE quiso ser militar como su padre. Se preparó durante unos meses para ingresar en la Academia pero no entró. Fue entonces cuando estudió magisterio y se hizo maestro, su verdadera vocación.

Siempre mencionó sus lecturas de los místicos españoles: Santa Teresa y fray Luis de León. Aquí observamos la espiritualidad de Anguita junto a la manifiesta racionalidad de la obra de Marx. Quizás es que no sólo deseaba comprender el mundo, sino también cambiarlo”

Le gustaba el campo y bailar. En alguna entrevista se confesó “bailón”, pero la gran tragedia de su vida fue la muerte de su hijo que cuando cubría la información de la guerra de Irak para el periódico El Mundo, un misil acabó con su vida. Entonces apareció otra frase suya memorable: “Malditas sean las guerras y los que las crean”


Cuando recibió la noticia de la muerte de su hijo, Julio Anguita Parrado tenía previsto intervenir en un acto. El padre emocionado y destrozado se dirigió al público:

 "Mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han leído sus crónicas saben que era un hombre muy abierto y buen periodista. Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigir la palabra para cumplir con el mío".












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