El pasado jueves, FEDEA (Fundación de Estudios de Economía
Aplicada) presentó un estudio en el que se constata que la alta velocidad en España
no es rentable.
Es más, solo dos líneas, a nivel mundial, ofrecen beneficios:
Tokio-Osaka (Japón) y París-Lyon (Francia). Tramos que abarcan una gran
densidad de población con fuertes recursos económicos. Mientras tanto, en España
nos preparamos para llevar el tren a Galicia.
Antes del informe de Fedea; sindicatos y profesionales
ferroviarios denunciaron el abandono de la red convencional (necesita mejoras)
y una apuesta irracional por vertebrar todo nuestro territorio de alta velocidad
sin atender a consideraciones técnicas, solo políticas.
La fiesta empezó con el felipismo: la burbuja especulativa,
las Olimpiadas de Barcelona., las sevillanas, el españolismo, el AVE
Madrid-Sevilla. Los sucesivos gobiernos del PP continuaron la fiesta y el “España
va bien”. Felipe y Aznar, al que los palmeros aplauden como “grandes
gobernantes” han tirado con pólvora ajena,
pretendiendo que España “sin ser”, “lo fuera” (importante). Así, España
era como esos hidalgos que no teniendo para comer, se procuraban pasear con un
palillo de dientes entre la boca para que la gente creyera que habían comido.
En aquella época, algunos se forraron, el resto de ilusos se
conformaron con la ilusión de ser/parecer y es que en España todos queremos ser
“más que el otro”, aunque “sea más tonto”, pero más. En esta geografía, la
cigarra tiene más futuro que la hormiga.
El Tribunal de Cuentas francés y un informe de la Cámara de
los Lores han desaconsejado la inversión
en más líneas de alta velocidad porque no se lo pueden permitir. Mientras esto
ocurre, el Ministerio de Fomento, en pleno año electoral, quiere poner en
servicio 1.000 kilómetros más para conectar ocho capitales a la red de ancho
internacional.
FEDEA señala que en España se han construido
infraestructuras sin una planificación global. Así, el tren y el avión se hacen
la competencia entre sí para llegar al mismo fin. (Dos jugadores en el terreno
pisando la misma posición en el césped).
El análisis de la rentabilidad financiera es totalmente
negativo. Los sucesivos gobiernos han gastado 50.000 millones de euros en alta
velocidad porque en sus análisis han sobreestimado la demanda
(intencionadamente o por ignorancia/sin responsabilidades políticas/ ni
electorales/ como siempre).
La mejor línea: Madrid-Barcelona, solo cubre el 50% del
coste. Renfe ha abandonado, acertadamente, una política de precios para
ejecutivos y ha bajado los precios para acercar un mayor número de usuarios.
Sin embargo, no en número suficiente para cubrir la pérdida que ocasiona la
bajada de las tarifas. Al menos, democratizas el viaje en dicho tren.
Se ha debatido para defender las inversiones con la
existencia de una rentabilidad social y política: ahorro en el tiempo de viaje
de los pasajeros, evitar otros transportes más contaminantes, internacionalizar
nuestras empresas, vender la marca España y aumentar el desarrollo económico de
pequeñas ciudades.
En efecto, debemos atender a algunos de estos puntos que son
ciertos, pero que solo se llegará a buen puerto con una planificación muy detallada.
Nuestra tecnología en el ámbito ferroviario es puntera y la
internacionalización de nuestras empresas lo constata (Proyecto Haramain, etc).
El ferrocarril es menos contaminante que la carretera o el avión. Sin embargo, aumentando
la velocidad en la red convencional con un coste mucho más modesto se logra
este propósito y, además, se hubiera beneficiado el transporte de mercancías,
ya que la vía de alta velocidad no es adecuada para dicho transporte al
disponer de tramos de mayor pendiente.
Además, existen informes que detallan que las pequeñas
ciudades estarán sometidas a fenómenos de atracción y deslocalización en
función de su tamaño y distancia que las separa. Así, las ciudades de tamaño
pequeño corren el riesgo de ser absorbidas por las mayores.
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