A mi hijo Diego y a sus compañeros de clase la profesora les
ha pedido que lean este verano la famosa obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y
yo. Decidí leerlo y comentarlo con mi retoño procurando, previamente, consultar
datos de la vida y obra del autor.
Así, supimos de Moguer (Huelva), de la Institución Libre de
Enseñanza, la muerte del padre y Zenobia Camprubí/su mujer, el carácter nervioso
de Juan Ramón, el paisaje de Andalucía, etc.
Los capítulos se nos hacían aburridos porque relataba
asuntos cotidianos de Moguer: el aljibe, la carretilla, el canto del grillo,
etc. Nos encontramos ante unos paisajes y unas costumbres excesivamente cotidianas,
localistas y monótonas y, además, escrito con una prosa poética no apta para un
público infantil. Su lenguaje modernista está repleto de un vocabulario excesivamente
rico y poco “directo” periodísticamente hablando.
Sin duda, los niños eran muy importantes para Juan Ramón
y en sus capítulos nos menciona “los niños pobres de Moguer”. Sin embargo, no
entra en las causas de esa pobreza. Demasiado Ronsard y belleza modernista.
Recuerdo, ahora, el ataque de Antonio Machado a los modernistas cuando cita: “Al
coro de los grillos que cantan a la luna”.
Juan Ramón Jiménez declara: “Yo (como el grande Cervantes a
los hombres) creía y creo que a los niños no hay que darles disparates (libros
de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de
seres y cosas reales tratados con sentimiento profundo, sencillo y claro”.
En mi opinión, los niños quieren acción y héroes (recuerdo
en mi infancia querer ser el Tulipán Negro) y les importa un bledo “quedarse
extasiado ante el crepúsculo” y que les relaten de una manera “sencilla” que “Ahí
está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen
sangre por doquiera”.
La emoción solo la transmite el autor en los últimos
capítulos que giran en torno a la muerte del borrico/Platero. En ellos sí es
capaz de transmitirnos sentimientos profundos de tristeza. Cuando menciona: “PLATERO,
tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua
de la noria del huerto (…), ¡Platero amigo! - le dije yo a la tierra -; si,
como pienso, estás ahora en un prado en el cielo y llevas sobre tu lomo peludo
a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado?”.
La religiosidad y espiritualidad del autor está patente y
para ello no necesita ahora de afeites literarios, su poesía es natural y
compartimos con él ese sentimiento de comunicación espiritual con esas animales
que nos acompañaron en la vida. En nuestro caso, Charly, nuestro perro cocker.
"Muchas personas me han preguntado si Platero ha existido (...). En realidad, mi Platero no es un solo burro sino varios, una síntesis de burros plateros. Yo tuve de muchacho y de joven varios. Todos eran plateros. La suma de todos mis recuerdos con ellos me dio el ente y el libro".
Un libro de cabecera mío es el Quijote y, sin embargo, nunca
recomendaría esta lectura a un niño de once años porque los edificios se
construyen desde la base y se va escalando poco a poco. Recuerdo que mi primera
lectura fue un regalo de mi hermana Elvira y se trataba de Edad Prohibida de
Torcuato Luca de Tena, la historia de una pandilla de amigos adolescentes,
luego, adultos que nos iban narrando sus vidas. Gracias hermana porque me
aficionaste a la lectura.
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