Curiosamente, nunca supe qué pasó con aquél libro, me refiero a su ubicación física. ¡Qué más da, su recuerdo ha perdurado!. Tampoco sé, o quizás sí, la razón que me impulsó a rememorar dicha lectura.
Es una gran novela y, sin embargo, auténticas joyas literarias no han logrado despertar en mi algo tan cercano espiritualmente como la obra del novelista montañés de postguerra que nos brinda un drama colectivo a través de un drama personal/el personaje de Alexis y en esa narrativa está la influencia de Baroja y Hemingway.
“He tenido siempre la sensación de estar luchando contra fuerzas extrañas e invencibles”, ese determinismo del ser humano, ese personaje en busca de autor que - como Alexis- se declara expresamente incrédulo y que, poco antes, de morir, rechaza todo consuelo de esperanza sobrenatural: “No quiero que nadie me compadezca. No quiero marcharme de este mundo tendiéndome hasta última hora la mano del mendigo, la de las propinas. ¿Y qué importa que esto sea orgullo? ¡Qué importa nada cuando el cielo y la tierra se han quedado vacíos!.
En Fernández de la Reguera hay un realismo galdosiano y una denuncia de la situación del hombre ante la sociedad. Así, aunque durante el conflicto bélico participo en el bando nacional, en otra de sus novelas “Cuerpo a tierra”, ambientada en la Guerra Civil, el soldado Augusto cuenta su vida en el frente y al que se presenta como una oveja que va al matadero sin saber los motivos. De esta manera Fernández de la Reguera se une a los escritores de esta generación que consideran negativa e incomprensible la guerra.
La novela Cuando voy a morir, premio Ciudad de Barcelona en 1951, es comparada con Las Palmeras salvajes de Faulkner, porque en ambas se expresa el mismo afán de detener el tiempo y la misma derrota. El esquema de ambas novelas cuenta con situaciones parecidas; presenta como conflicto una historia de amor, su gestación, su desarrollo y su desenlace.
Fue traducida al alemán y al francés con gran éxito.
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