En principio, la idea no me convence porque en las primeras declaraciones del presidente turco se refirió a “no estar dispuesto a seguir directrices de Pensilvania”. Una lectura que supone una doble denuncia. En primer lugar, a su enemigo político Gülen (acusado de promover el golpe a través de sus influencias dentro del ejército, judicatura, estamentos educativos y económicos y residente en Pensilvania). En segundo lugar, una clara alusión a una zona geográfica de Estados Unidos que responsabilizaría a Estados Unidos de estar detrás del fallido golpe.
El interrogante es saber por qué Estados unidos daría el visto bueno a cargarse a un aliado de la OTAN , al igual que ocurrió con Sadam Husein, que gozaba del beneplácito del gendarme de occidente.
El diario Público relata unas líneas esclarecedoras sobre el tema: “Otra circunstancia que se ha comentado es la publicación por parte del diario hebreo Yediot Ahronot de que el principal general de la revuelta, Akin Öztürk, estuvo destinado en Tel Aviv como agregado militar durante varios años. Gülen ha mantenido contactos sólidos con Israel desde hace muchos años e incluso criticó a Erdogan por permitir la flotilla de la libertad que en 2010 fue abordada por el ejército israelí cuando llevaba ayuda humanitaria a Gaza.
Es probable que Erdogan esté dando un giro “islamista” a su política exterior y quiera mantener cierta autonomía e influencia en Siria/cierta vuelta al imperio otomano. Un exislamista confeso con retoques laicos para entrar en una Europa cristiana que le cierra las puertas, pero por cuestión de intereses - como sucedió con Franco – ha mantenido a un dictador que, a su vez, ha sido elegido democráticamente.
Rusia va a salir fortalecida de este tropiezo y ni me gusta Erdogan, ni me gustan los golpes militares que no respetan la voluntad popular.
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