Al igual que Napoleón, procedía de una familia humilde. Ingresó en el seminario como la única vía posible de ascender en el estamento social. Aprendió del clero el secreto de actuar siempre en la sombra. No buscaba la fama, el escenario público/ imagen. Su calculada ambición de poder le conducía a gozar con la certeza de saberse el titiritero de todas las marionetas.
Se ha dicho de Fouché que no tenía personalidad y por eso su agilidad para cambiar de bando constantemente. Sin embargo, en mi opinión, no es ese personaje de Woody Allen en la película ‘Zelig’ que representa a ese hombre camaleón que se adapta a cualquier contexto en el que esté inmerso por su inseguridad. Al contrario, su identidad es carecer de ella para lograr sus propósitos de una manera fría y calculada.
Su éxito se basa en que los que están un escalón jerárquico más arriba “siempre le necesitan”. Es algo así, medio en broma, medio en serio, como Messi en el Barcelona.
Pasó de monárquico a apoyar la Revolución el 14 de julio de 1789 al lado de los girondinos, que forman la mayoría de la asamblea Nacional. Cuando el partido girondino va perdiendo su hegemonía, principalmente a partir de la entrada de Robespierre en la Convención, Fouché va desplazando sus preferencias hacia el lado más radical jacobino, votando la ejecución de Luis XVI.
Durante la dictadura del Comité de Salvación Pública fue uno de los representantes enviados a provincias para implantar El Terror. La diferencia con Robespierre es que éste, apodado “El Incorruptible” creía firmemente que la República debía defenderse de forma contundente y rápida, arrebatando a sus enemigos la iniciativa, y a esa acción la denominaba el «Terror». Una acción en defensa de la Virtud, al objeto de defender el bien público, la República, estando obligado el Comité de Salvación Pública que asumía la defensa de ésta a dar cuenta pública de sus acciones. Desafortunadamente, la puesta en práctica de tales principios a manos de algunos comisarios delegados en las provincias condujo a ejecuciones en masa de todo sospechoso de ser contrarrevolucionario.
Luego, Fouché intervino de forma decisiva para provocar la caída de "El Incorruptible" de Francia, Maximiliano Robespierre.
Con la llegada del Directorio, Fouché es encarcelado por su colaboración con Robespierre y, posteriormente, usando una vez más su habilidad política comienza a trabajar y a ganarse la confianza de Barras, al que ayuda a acabar con la "Conspiración de los Iguales" (movimiento de 1796 que pretendía instaurar un régimen que garantizara “la igualdad perfecta”), un intento de derrocar el Directorio y establecer un nuevo régimen, promovido por François Nöel Babeuf.
Esta ayuda le vale la amnistía y ser nombrado ministro de la policía. Creó por toda Francia una eficaz red de agentes, que puso al servicio del golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón Bonaparte. Entre sus iniciativas destaca la implantación de una oficina de censura de prensa y cuando su situación política se debilitaba, sabía hacerse valioso dejando que se publicaran panfletos legitimistas y permitiendo la creación de ciertas tramas políticas para, luego, intervenir, ante la creciente alarma de los bonapartistas, destapando tramas, cerrando periódicos y encerrando periodistas.
Siempre se ha dicho “que la información es poder” y su estrategia de retener y jugar con la información para sus propios fines le valieron la animosidad/necesidad de Bonaparte. Utilizó sus antiguos contactos para influir en el mercado bursátil, tanto empleando información privilegiada como manipulando el ánimo de los inversores.
Tras la derrota definitiva de Napoleón en la batalla de Waterloo negoció el traspaso de poderes con los aliados y contribuyó al retorno de la monarquía.
Napoleón Bonaparte escribió en sus memorias: “ Si la Traición tuviese un nombre sería Fouché”