Nacido en una familia acomodada y tras licenciarse como
farmacéutico comenzó una vida llena de peripecias que le llevó a recorrer España como cómico de una compañía de teatro. Permaneció tres años en la cárcel,
convicto de desfalco y contrajo un matrimonio fracasado con la peruana Irene
Lambarri. Reunió León Felipe los mejores poemas que tenía y llamó a la
puerta del poeta Juan Ramón Jiménez para rogarle los leyera y le diera la
opinión que le merecían. Como pasaron algunos días sin recibir respuesta,
volvió a casa de Juan Ramón Jiménez quien le recibió amablemente y en un
momento dado el poeta de Moguer se levantó, y le entregó los poemas, sin hacer ningún
comentario. Estaba claro, tan claro que cuando salió, rompió sus papeles en trozos pequeños y los
echó en una alcantarilla de la calle.
Su vida bohemia le sumió en una situación económicamente
complicada. Su primer viaje a México fue en 1922 con una carta de Alfonso Reyes
que habría de abrirle la puerta del ambiente intelectual mexicano. Trabajó como
bibliotecario en Veracruz, y como profesor de literatura española en la
Universidad Cornell, Estados Unidos. Contrajo un segundo matrimonio con Berta
Gamboa, también profesora y volvió a España poco antes de iniciarse la guerra
civil, viviendo como militante republicano hasta 1938, año en que se exilia
definitivamente a México, pasando a ser agregado cultural de la embajada de la
República española en el exilio, única reconocida entonces por el Gobierno de
Cárdenas. Murió en el país que lo acogió, en la Ciudad de México el 18 de
septiembre de 1968.
Me gustaría compartir estos dos poemas:
CREDO
Aquí estoy...
En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando
a que me llamen...
Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita
y condenada
y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro
y me ha dicho severo:
No, no es la hora todavía... hay que esperar...
Y aquí estoy esperando...
con el mismo traje viejo de ayer,
haciendo recuentos y memoria,
haciendo examen de conciencia,
escudriñando agudamente mi vida...
¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí.
Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda...
Y mi esperanza se levanta para decir acongojada:
Otra vez lo haré mejor, Señor,
porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer?
¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer?
Creo que Dios nos da siempre otra vida,
otras vidas nuevas,
otros cuerpos con otras herramientas,
con otros instrumentos... Otras cajas sonoras
donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor
para ir corrigiendo lentamente,
muy lentamente, a través de los siglos,
nuestros viejos pecados,
nuestros tercos pecados...
para ir eliminando poco a poco
el veneno original de nuestra sangre
que viene de muy lejos.
Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo.
Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio...
¡pero está!
Creo que tenemos muchas vidas,
que todas son purgatorios sucesivos,
y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos,
constituyen el infierno, el infierno purificador,
al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos.
Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos.
Sólo la Luz brilla sin tregua,
diamantina,
infinita,
misericordiosa,
perdurable por los siglos de los siglos...
Ahí está siempre con sus divinos atributos.
Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla...
estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.
SÉ TODOS LOS CUENTOS
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
León Felipe
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