Hace escasos días, el activista antitaurino Oscar del Castillo fue perseguido, agredido y arrastrado en la arena de la Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid) por la cuadrilla del torero Luis Miguel Encabo y por su apoderado que lo llevaron hasta el burladero para darle golpes y patadas en el cuerpo, la cabeza y la cara. Ya, fuera del ruedo, siguió recibiendo insultos y golpes por parte de un público entusiasta y es que este individuo “había alterado el orden público” y “son activistas pagados por el oro de Moscú/Venezuela o Irán”.
La llamada Fiesta Nacional que, actualmente, no gusta a la mayoría de los españoles se ve protegida por ciertos sectores tardofranquistas que ven un gesto de valentía en matar a un toro o a un hombre desde la permisividad que otorga “el consentimiento”.
El antitaurino saltó al ruedo cuando el toro ya había sido retirado con objeto de no poner en peligro la vida del torero por una distracción. Acusan a los defensores de los animales de totalitaristas cuando los defensores del circo romano se permiten poner banderillas, los pinchazos que se tercien al toro hasta matarlo y, luego, el descabello…
La publicación de humor ‘El Mundo Today’ nos informa que “Los defensores del festejo argumentan que “pegar palizas a los antitaurinos que vienen a protestar es una tradición de la que hemos hecho un arte y a la que no vamos a poner fin porque a algunos se les antoje”. Según dicen, linchar a antitaurinos es “una cosa muy nuestra, muy ancestral, que le gusta a todo el mundo”.
Forges (El País)
Los partidarios de la tauromaquia insisten también en que los antitaurinos no sienten dolor “y disfrutan del enfrentamiento a su manera porque han nacido para eso y es su razón de ser”. Si no hubiera corridas, los antitaurinos se extinguirían “y eso es una pena también”
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