sábado, 22 de agosto de 2015

Platero y yo, una lectura aburrida para niños



A mi hijo Diego y a sus compañeros de clase la profesora les ha pedido que lean este verano la famosa obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Decidí leerlo y comentarlo con mi retoño procurando, previamente, consultar datos de la vida y obra del autor.



Así, supimos de Moguer (Huelva), de la Institución Libre de Enseñanza, la muerte del padre y Zenobia Camprubí/su mujer, el carácter nervioso de Juan Ramón, el paisaje de Andalucía, etc.

Los capítulos se nos hacían aburridos porque relataba asuntos cotidianos de Moguer: el aljibe, la carretilla, el canto del grillo, etc. Nos encontramos ante unos paisajes y unas costumbres excesivamente cotidianas, localistas y monótonas y, además, escrito con una prosa poética no apta para un público infantil. Su lenguaje modernista está repleto de un vocabulario excesivamente rico y poco “directo” periodísticamente hablando.

Sin duda, los niños eran muy importantes para Juan Ramón y en sus capítulos nos menciona “los niños pobres de Moguer”. Sin embargo, no entra en las causas de esa pobreza. Demasiado Ronsard y belleza modernista. Recuerdo, ahora, el ataque de Antonio Machado a los modernistas cuando cita: “Al coro de los grillos que cantan a la luna”.

Juan Ramón Jiménez declara: “Yo (como el grande Cervantes a los hombres) creía y creo que a los niños no hay que darles disparates (libros de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de seres y cosas reales tratados con sentimiento profundo, sencillo y claro”.

En mi opinión, los niños quieren acción y héroes (recuerdo en mi infancia querer ser el Tulipán Negro) y les importa un bledo “quedarse extasiado ante el crepúsculo” y que les relaten de una manera “sencilla” que “Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera”.

La emoción solo la transmite el autor en los últimos capítulos que giran en torno a la muerte del borrico/Platero. En ellos sí es capaz de transmitirnos sentimientos profundos de tristeza. Cuando menciona: “PLATERO, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua de la noria del huerto (…), ¡Platero amigo! - le dije yo a la tierra -; si, como pienso, estás ahora en un prado en el cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado?”.

La religiosidad y espiritualidad del autor está patente y para ello no necesita ahora de afeites literarios, su poesía es natural y compartimos con él ese sentimiento de comunicación espiritual con esas animales que nos acompañaron en la vida. En nuestro caso, Charly, nuestro perro cocker.

"Muchas personas me han preguntado si Platero ha existido (...). En realidad, mi Platero no es un solo burro sino varios, una síntesis de burros plateros. Yo tuve de muchacho y de joven varios. Todos eran plateros. La suma de todos mis recuerdos con ellos me dio el ente y el libro".

Un libro de cabecera mío es el Quijote y, sin embargo, nunca recomendaría esta lectura a un niño de once años porque los edificios se construyen desde la base y se va escalando poco a poco. Recuerdo que mi primera lectura fue un regalo de mi hermana Elvira y se trataba de Edad Prohibida de Torcuato Luca de Tena, la historia de una pandilla de amigos adolescentes, luego, adultos que nos iban narrando sus vidas. Gracias hermana porque me aficionaste a la lectura.  

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