miércoles, 4 de noviembre de 2015

Charli, un perro fiel que me entregó su cariño

Hoy, no me apetece hablar de política, cine, ferrocarril, libros. Como la letra de la canción de Juan Luis Guerra: “no me interesa la perestroka, ni el baloncesto ni Larry Bird”. Solo me gustaría compartir con esas personas que aman a los canes todos esos instantes maravillosos que hemos compartido con ellos.


Charli era un cocker spaniel inglés de color negro que entregué a mi hija Edurne  como regalo de Reyes. La niña deseaba un perro y, pese a alguna reticencia mía por lo que suponía el coste de atenderlo, decidí comprarlo. En la tienda me entregaron un cachorro precioso de tres meses que tapé con una toalla y junto a mi amiga/hermana María se lo llevamos a Edurne para que se sintiera contenta. Lo que ni me imaginaba es que a mí, me haría tan feliz su presencia.

En aquella época yo estaba separado y aún no había conocido a la mujer que entraría de nuevo en mi vida para darme otro hijo y constituir un nuevo hogar; pues bien, en ese contexto, entró Charli en mi espacio para mitigar la soledad (a pesar de tener un mundo social alrededor) y darme todo su apoyo y cariño.

Como cualquier cachorro comenzó a morder la madera de sillas y mesas. Eso me importaba un bledo, pero reía con él cuando le lanzaba a través del parquet como si fuera una bola y él se lanzaba a mi brazo, en posición de ataque, fingiendo morder mi brazo sin hincar nunca sus dientes. Luego, me chupaba la cara con su lengua para agradecerme la participación en el juego.

Le gustaba la calle, la hierba, olfatear todo y marcar con sus gotas el terreno. En el paseo callejero si otro perro marcaba territorio en un árbol, Charli inmediatamente corría para marcar después.

Poco a poco nos acostumbramos el uno al otro y Charli, frente a mí, miraba y entendía perfectamente las palabras en las que le confesaba penas y alegrías. De igual manera, lamía mis manos y acercaba su cabeza a mis piernas. No le gustaba cuando tardaba en llegar a casa, me esperaba pegado a la puerta y al entrar a la cocina comprobaba que había esparcido el pienso por el suelo porque había tirado el plato empujándolo con su pata para señalarme que estaba enfadado porque lo había dejado solo durante muchas horas.

Cuando Edurne estaba en casa se ponía contento y ello se reflejaba en sus ojos, en su inquietud al recibirla en la puerta mientras movía su rabo. Sin embargo, en su escala de autoridad “yo era el amo/el jefe” y la niña otro ser tutelado por Manuel y Charli.

Le decía que se lo tenía muy creído porque era un perro aristócrata y mujeriego que estaba dispuesto a hacer madre a cualquier perra que se le pusiera a tiro. Con el resto de los perros era muy bronca salvo excepciones, como su amigo Yago, al que permitía que comiera en su plato.

Los dos vivíamos a nuestro aire hasta que una mujer rubia entró en el apartamento tratando de poner orden en casa y al quitarle el plato de la comida para limpiarlo tuvo que llamarla al orden ladrándola y asustándola. Mi mujer se asustó y reí frente a la situación y al recibir de ella su cariño la aceptó, aunque le jodiera no poder subirse a la cama, ni al sofá. Esperaba a que se acostase ella para subirse al sofá, solo se trataba de “darle las vueltas”.

Después llegó a casa un bebé/Diego y para que no tuviera envidia, ni se sintiera desplazado nos aconsejaron que le diéramos a oler un pañal con la orina del niño. Así, lo hicimos y cuando el pequeño llegó a casa ya lo reconocía. Decidió protegerle y después de estar echado en la alfombra al lado mío decidía entrar en la habitación del niño tumbándose a su lado para protegerle como un ángel custodio.

En las vacaciones se ponía nervioso al subir al coche, ladraba exigiendo arrancar el automóvil ya…y una vez en marcha se relajaba. En unas vacaciones de verano, Charli contaba trece años y medio, se encontraba enfermo y con llagas en la piel, decidí sacrificarlo. Al llevarlo a la clínica para que le pusieran la inyección el animal sabía su destino. Decidí dejarlo rápidamente allí porque era cobarde para contemplar el desenlace, Charli me miró con resignación y se despidió con su mirada que me decía: “Adiós”.

Me enseñó que en todas aquellas cosas pequeñas e insignificantes que realizamos diariamente está la felicidad y el amor.

P.D
La fotografía que aparece es la de otro cocker similar, no es Charli.

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