Los padres, en nuestro egoísmo, nos sentimos orgullosos cuando alguien nos dice: “mueve las manos como tú” y aquí vemos una prolongación de “nuestro yo”. Hay una parte de nosotros que no morirá, dejamos nuestra semilla.
A los adultos se nos van rasgando los ojos como si cerráramos una ventana al exterior, nos protegemos ante lo desconocido, pero el niño abre los ojos de par en par porque está deseoso de conocer, todo es nuevo, cualquier cosa le llama la atención, sus ojos están abiertos al mundo.
Sin embargo, aceptamos “por su bien” que debe aprender unas normas porque el niño es egoísta, se siente el sol y girando alrededor los planetas. Es necesaria, también, una labor socializadora que le ayude, poco a poco, a su madurez. Es siempre difícil encontrar el término medio entre un niño adoctrinado y un niño descarriado/Peter Pan.
Heredan nuestras costumbres, pensamientos y, por supuesto, nuestra situación económica y es que como decía Sartre: “Las cosas más importantes de la vida nos vienen dadas: el nacer, el morir y la educación” .
Ni podemos, ni debemos impedir que las agujas avancen en el reloj y que cuando esté preparado para el vuelo nos digan, adiós. Un día, le dije a mi hijo “Cuando seas algo mayor saldrás con tus amigos, encontrarás una chica y ya no saldrás siempre con mamá y papá”. Ese planteamiento, al principio le inquietaba porque sintiéndose arropado por nosotros, sentía como si le echáramos de nuestro lado y temiera enfrentarse a lo desconocido. Conversando con él se le planteó que solo ampliaría las personas que estarían a su lado, pero que nosotros siempre estaríamos con él.
Al presentar “Esos locos bajitos”, El autor catalán dijo: “Hace algunos años recuerdo que me impresionó mucho una cosa que leí de Miguel Gila. Miguel dijo que los niños son locos bajitos.
Otra fuente de inspiración muy importante ha sido mencionada en el libro “Serrat, canción a canción”de Luis García Gil que menciona el poema del argentino Horacio Salas (Buenos Aires, 1938) titulado “Los hijos”
Los Hijos
Se han apropiado de cada uno de nuestros gestos,
tienen nuestros mismos ojos, la misma tendencia a inventar historias,
acaso una risa parecida, sufren igual que uno la injusticia.
Habitan en un mundo de casas reducidas,
dilatados castillos y altas torres,
rodeados de fantasmas con nombres misteriosos.
Hablan en secreto idioma de títeres y pájaros,
generalmente nos ignoran.
Nuestra venganza consiste en dirigir sus vidas
y obligarlos a copiar secretas frustraciones,
pero cada noche, libremente, nos matan en los sueños.
También se enferman, y además nos precisan.
Nos enlazan con pequeñas palabras
y ejercen la magia tenazmente.
Sin embargo, nada podrá impedir
que el dolor se ensañe con sus cuerpos,
que cometan errores y que crezcan.
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