Los japoneses nos muestran un vídeo titulado: “Milagro en siete minutos” que nos muestra que en ese escaso tiempo, mediante un meticuloso y calculado proceso, el tren de alta velocidad japonés (Shinkansen) queda limpio y ordenado. Como es lógico, la publicidad nos trata de mostrar el alto grado de puntualidad y eficacia que ofrece la compañía y sus trabajadores. Admitiendo esos puntos positivos nos conducen, a modo de paradoja, a contemplar un grupo de robots totalmente alienados y sumisos que se mueven como esos personajes de las películas mudas que incluyen a un empleado con una bolsita de plástico verde para recoger la mierda del perro.
Los latinos – sobre todo italianos y españoles – pecamos de un exceso de individualismo. “Si monto un partido político y se apunta otro, me quito yo” y, sin embargo, estos japoneses pecan del amor supremo al jefe, a la empresa y a la colectividad (entre los europeos son los alemanes los más parecidos a los nipones).
Recuerdo la película ‘La ciudad de la alegría” basada en la novela de Dominique Lapierre en donde se aprecia el choque de culturas entre un occidental (actividad, libertad, rebeldía) y la cultura hindú (pasividad, destino, acatamiento).
De la misma manera, este spot publicitario, presentado de esta manera, no sería apreciado ni por la empresa que lo encarga, ni la compañía publicitaria que lo realiza, ni el público que lo contempla, ya que la forma de entender la vida y las relaciones sociales es bien distinta. A los españoles e italianos nos ata “la familia”, a los franceses y estadounidenses “la patria” y a los japoneses “la empresa”/soy un hombre Fujitsu/identidad corporativa.
Las relaciones sociales son distintas, el empresario protege y cuida del trabajador en casi todos los niveles de su vida, a cambio le exige una entrega total de su persona. Así, en España se daba el ejemplo que cuando se realizaba una huelga sus detractores decían: “Debían trabajar más horas, como hacen los japoneses, para demostrar a los empresarios que son dignos de ganar más dinero”. Los favorables al conflicto colectivos decían: “Aquí, los empresarios deberían ser como los japoneses, que cuando actuáramos así se les cayera la cara de vergüenza y nos subieran el sueldo, pero se partirían de la risa y pensarían. ¡Qué gilipollas!. En España, a más de un empresario se le va a poner los dientes largos viendo el vídeo.
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