martes, 17 de mayo de 2016

Hiroshima y Nagasaki o cuando las bombas las carga el diablo

Todas las guerras son, por parte de los países agresores, el resultado de una histeria colectiva promovida por la clase dirigente de dicha nación y aceptada/jaleada por sus respectivos pueblos. Mientras que los muertos los pone el enemigo, los ciudadanos del país opresor no ven injusticia - salvo una minoría - hasta que a ellos les llega su turno. Los seres humanos olvidamos que la ley de la correspondencia llega, más tarde o más temprano y, por ese motivo, casi todas las banderas han sido alguna vez, verdugos y otras, víctimas. Así le sucedió a Japón cuando pasó de ser un imperio invasor en Asia a sufrir los efectos devastadores de dos bombas atómicas.


En 1922 los japoneses se sintieron ofendidos por el Tratado Naval de Washington, que limitaba el número de navíos que podían poseer, y que aseguraba la primacía naval de las flotas estadounidense y británica. Además, Japón se sentía agraviado por el hecho que Francia e Inglaterra ocuparan territorios dentro de lo que consideraba su esfera de influencia, por lo que en 1937 se tomó la decisión de invadir China, conflicto que duraría 8 años. En 1940 el gobierno japonés estaba compuesto por defensores acérrimos de la expansión de Japón por la fuerza. A finales de ese mismo año, firmó el Pacto Tripartito con Alemania e Italia. En 1941 Japón introdujo sus tropas en el sur de Indochina, territorio controlado por Francia, por lo que Estados Unidos decidió tomar represalias, las cuales consistieron en embargos comerciales y la reducción del suministro de petróleo al país en un 90 %. Debido a estas sanciones, así como las impuestas por británicos y neerlandeses, el comercio exterior de Japón disminuyó en un 75 %. El 5 de noviembre, el emperador Hirohito y el gobierno japonés decidieron declarar la guerra a los Estados Unidos si no se levantaba el embargo petrolero para finales de mes. El 7 de diciembre la flota japonesa lanzó un ataque aéreo masivo sobre Pearl Harbor, por lo que al día siguiente, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra a Japón.


Mientras Estados Unidos libraba la Guerra del Pacífico frente a Japón; los norteamericanos estaban elaborando el ‘Proyecto Manhattan’ que consistía en el uso del uranio como una nueva e importante fuente de energía para fabricar bombas sumamente potentes. Se estaba gestando la primera bomba atómica.

El presidente Harry S. Truman ordenó que el arma nuclear Little Boy fuera soltada sobre Hiroshima el lunes 6 de agosto de 1945, seguida por la detonación de la bomba Fat Man el jueves 9 de agosto sobre Nagasaki.


El principal argumento esgrimido históricamente para defender el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki es el del mal menor: de no haberse realizado tal acción, Japón no se habría rendido, y Estados Unidos y el resto de fuerzas aliadas habrían de haber tomado el país por la fuerza, en una invasión terrestre a gran escala que hubiera ocasionado medio millón de muertes americanas.

Entre los argumentos opuestos cabe citar:

1.En la Declaración de Potsdam, la cual bosquejaba los términos de la rendición de Japón que fue presentada como un ultimátum y se aseguraba que, sin la debida rendición, los aliados atacarían Japón, resultando en "la inevitable y completa destrucción de las fuerzas armadas japonesas e inevitablemente la devastación del suelo japonés", nunca se mencionó nada sobre la posesión del arma atómica.

2. Gabriel Jackson, por ejemplo, quien en Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX expone claros argumentos en contra de la decisión de Truman y califica de "crimen de guerra" la matanza de más de 200.000 personas en Hiroshima y Nagasaki: “A mí, un norteamericano que en aquel tiempo prestaba servicio como cartógrafo militar, me pareció un “crimen de guerra” y en el medio siglo transcurrido desde entonces jamás he leído ninguna explicación convincente de por qué no se pudo hacer una prueba en una zona deshabitada o escasamente habitada, para salvar vidas humanas y no sólo las de los soldados norteamericanos”.

3. Un comité aseguró que los factores psicológicos en la selección del objetivo eran de gran importancia, especificando como prioridades obtener el mayor efecto psicológico en contra de Japón y hacer suficientemente espectacular el uso inicial del arma de tal forma que fuera reconocida internacionalmente en términos publicitarios cuando fuera arrojada. Otra forma de “enseñar músculo” a la URSS de Stalin.

4. Irónicamente, cuando tuvo lugar la rendición, fue condicional, y la condición fue la continuación del reino imperial. Esa misma casta que había inducido a su propio pueblo al desastre, se la mantenía intacta.


Los agentes soviéticos habían informado a Stalin de la prueba de Nuevo México y, por esa razón, a Stalin no le pilló de improviso, aunque está claro que le afectó profundamente el que Estados Unidos tuviera el monopolio atómico. Calló y confió en que los norteamericanos no conocieran los avances del programa nuclear soviético. De esa manera, La Unión Soviética se convirtió en una potencia nuclear en 1949, mucho antes de lo que altos expertos norteamericanos consideraran posible con el desarrollo tecnológico e industrial de La URSS.

Hasta la fecha, estos bombardeos constituyen los únicos ataques nucleares de la historia y soy de los que piensan – poco popular – que lo mejor para la paz es que las armas estén equilibradas. De lo contrario, el que ostente el monopolio de la fuerza, no dudará en usarla. Sea el país o el régimen político que sea y es que como dice el refrán: “el miedo guarda la viña”.

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