viernes, 6 de mayo de 2016

Un juguete roto llamado “Urtain’

José Manuel Ibar Azpiazu, conocido como Urtain fue una verdadera leyenda del boxeo en España a principios de los 70. Urtain era el nombre del caserío en el que vivía su familia y fue, junto con ‘El tigre de Cestona’ los dos sobrenombres con los que alcanzó su popularidad. Un mocetón vasco de extraordinaria fuerza que practicaba levantamiento de piedras hasta que se vio inmerso en el mundo del boxeo. El púgil declaró: “A mí el boxeo me lo ha dado casi todo y también me ha quitado gran parte de lo que tenía. Yo he sido una marioneta en manos de otros”.


Sin vocación, ni afición por el deporte de las cuatro cuerdas fue introducido en ese deporte en 1968, y en 1970 se convertía en campeón europeo de los pesos pesados tras vencer al alemán Peter Weiland. Los medios de comunicación vendían la idea de ser el sucesor de Paulino Uzcudun, otro boxeador legendario vasco que triunfó décadas atrás en los Estados Unidos.

Nadie dudó de su extremada fuerza pero carecía de las más elementales técnicas del pugilismo. Comenzó su andadura ganando 30 combates seguidos por K.O ante auténticos paquetes que le pusieron. Decidieron crear un mito y hay quien apuntó al mismo dictador Francisco Franco quien ordenó se buscara una figura que trajera la gloria al boxeo español. Lo que no cabe duda - con Franco o sin Franco – es que el fenómeno Urtain tuvo mucho de montaje propagandístico.

Sin embargo, el boxeador fue ajeno a toda la manipulación en torno a él. En el Palacio de los Deportes de Madrid, Urtain derrotaba al alemán Peter Weiland por KO en el séptimo asalto y se coronaba Campeón de Europa de los pesos pesados. En 1970, en el estadio de Wembley de Londres, Urtain pierde su título ante Henry Cooper, un experimentado y veterano púgil que ya se había enfrentado a Cassius Clay. Urtain recuperó el título al vencer al británico Jack Bodell, que perdería ante el alemán Jürgen Blin en Madrid en 1972. Su tercer intento por recuperar el título en Amberes ante el Campeón belga Jean Pierre Coopman termina con el abandono de Urtain.


El morrosko se cegó con las luces de neón de la popularidad y con las amistades masculinas que le brindaban negocios fabulosos y las femeninas que se acercaban al ídolo.

El hombre tosco y noble vivió enloquecido sus momentos de gloria y abandonó a su primera mujer e hijos. El declive llegó poco a poco, cada vez peleando en veladas de menor importancia.

Después, alejado del ring, trabajó a medias con su hermano en un restaurante en donde José Manuel hacía el trabajo de relaciones públicas. Se volvió a casar y a tener más hijos, pero los negocios y el matrimonio acabaron fracasando.

Confesó: “Soy consciente de que viví unos años tirando el dinero. Gané mucho, pero otros se llevaron más que yo, aprovechándose de mí”.

Finalmente, acosado por los acreedores, se suicidó en el verano de 1992, arrojándose desde su domicilio en un décimo piso en el barrio del Pilar, en la ciudad de Madrid.

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