jueves, 7 de mayo de 2015

"Cinematógrafo Lumière. Entrada 1 franco"

El comienzo del cine comercial

En París (1895) se procedió a la primera exhibición comercial, como primer espectáculo de pago, marcando oficialmente el inicio del cine. El evento tuvo lugar en el Salon indien du Grand Café del Boulevard des Capucines y se proyectaron, además de Salida de la fábrica Lumière(su primera película), otras cintas como Llegada de un tren a la estación de la Ciotat y El regador regado, en la que aparece el primer actor pagado de la historia, el jardinero Jean-François Clerc.


Cuenta la leyenda, aunque el relato ha sido desacreditado por historiadores, que con la primera proyección de "La llegada de un tren a la estación de Ciotat", el efecto sobre los espectadores de una locomotora que parecía salir de la pantalla fue enorme. La gente salió corriendo despavorida creyendo que el tren iba a atropellarlos. . El aparato con el cual consiguieron semejante alboroto fue bautizado como Cinematógrafo. Ese día nació la cinematografía.

Para hacerse una cabal idea de la impresión recibida por el público es preciso situarse en ese mundo de hace más de un siglo, en el que no existía la imagen en movimiento. Grabados, cuadros, fotografías: reproducir el mundo significaba detenerlo, convertirlo en algo inmóvil.

El 28 de diciembre de 1895 los hermanos Lumière dieron un paso más. En aquella lujosa avenida de la capital francesa se concentraba esa tarde un pequeño grupo de gente ante la puerta de un local en el que se anunciaba la presentación de un nuevo invento. Su escueto anuncio decía: "Cinematógrafo Lumière. Entrada 1 franco". De entre todos los paseantes, treinta y tres fueron las personas que se dejaron arrastrar por el enigmático cartel. Cuando se sentaron en la sala (unos antiguos billares llenos de asientos, presididos por un mudo rectángulo de tela blanca), se apagaron las luces. Algo ronroneó en el silencio, y apareció una imagen en la tela. Una proyección. La vacilante imagen de una estación de tren.


De repente, ante los ojos atónitos del público, todas las figuras que poblaban la estación no solamente temblaban en la blancura de la pantalla, sino que también se movían. Aquellas figuras fotografiadas miraban a izquierda y derecha esperando la llegada del tren. Llegó entonces el momento cumbre. Del fondo de la imagen surgió una locomotora, avanzando lentamente en dirección a los presentes. Eso ya era demasiado: algunos de ellos, realmente asustados, saltaron de sus asientos y se precipitaron hacia la salida. No volvieron a ellos hasta que se les garantizó que la locomotora se había detenido en la estación. La impresión de realidad de aquellas breves imágenes había sido tan fuerte que salieron del local presos de una nueva excitación: habían asistido al nacimiento de algo nunca visto, un espectáculo singular.

El inventor estadounidense Thomas Alva Edison ya había desarrollado, antes de la proyección de los Lumière, una película que presentaba imágenes en movimiento. La diferencia residía en que su kinetoscopio era para un solo espectador, un pequeño objeto giratorio cuyo interior podían contemplar los visitantes de las ferias ambulantes tras introducir una moneda. Los Lumière, sin embargo, tuvieron la intuición de pensar que aquello tenía que ser algo colectivo, una ceremonia pública.


                             

En cuanto a los menos de cincuenta segundos que dura la filmación, treinta de ellos los ocupa la llegada, desde el fondo, en el extremo superior derecho, hasta el margen izquierdo, a primer plano, de una locomotora que arrastra un sinfín de vagones de los que, de inmediato descienden las gentes más variopintas que se mezclan con las que esperan en el andén y se apresuran a subir.

En los primeros fotogramas, las personas que esperan la llegada del tren, conscientes de que el protagonista es el convoy, se sitúan disciplinadamente al lado derecho, dejando un amplio espacio al campo de la cámara. Los más alejados, al fondo, permanecen próximos a la vía. La llegada de la máquina produce un movimiento instintivo de retroceso, mientras que los funcionarios, con su típico uniforme, se pasean seguros y vigilantes de arriba a abajo; uno de ellos corre presuroso -suponemos- hasta el primer vagón.

Los pasajeros, ansiosos, antes de que las ruedas se detengan y olvidados del ojo de la lente que permanece atento registrando toda incidencia, rompen la formación y se abalanzan hacia el monstruo metálico.

El viajero que baja en primer plano, lo hace de modo un tanto desequilibrado, como desentumeciéndose. Al tiempo que desciende, levanta la vista del suelo y descubre la cámara, que sigue filmando; busca la mirada cómplice del funcionario, que está pendiente de su trabajo y no le presta ni la mínima atención. Se para un segundo, perdido, indeciso; mete las manos en los bolsillos y se retira de la escena, de un modo bastante cómico: haciendo marcha atrás.

La posición económica de los hermanos Lumière y el interés que mostraban hacia la ciencia les llevó a menospreciar las posibilidades comerciales de su invento y ambos hermanos llegaron a la conclusión que " aparte su interés científico, no tiene ningún interés comercial" y, en consecuencia, abandonaron la producción para centrase en la venta de aparatos de proyección y de sus películas filmadas hasta esa fecha.

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