Pepe vivió casi toda su vida en Zestoa, aunque había nacido en Guinea. Este yaco africano de plumaje gris debía de tener alma de jefe de estación. Y como tal hacía efectiva la maniobra preceptiva cada vez que observaba un tren parado en el apeadero. El loro silbaba con tanta perfección que el maquinista pensaba que le estaban dando la salida y comenzaba la maniobra sin percatarse de que era Pepe quien le había dado la orden.
Pertenecía a esa simpática especie de la familia de los psitácidos que puede imitar la conversación humana y otros sonidos. Pepe cantaba y hablaba, provocó que hablaran de él, y sus andanzas incluso quedaron reflejadas en alguna canción popular que entonaban los muchachos de la zona. Dicen que un compositor francés de música ligera le dedicó el bolero 'Le train et le perroquet'. Así que la fama del lorito de Zestoa traspasó fronteras.
Pepe era la mascota de la familia que regentaba el hotel Estación, junto al apeadero de Cestona-Villa, allá por los años 50. El animal había recalado en la villa guipuzcoana junto a otro congénere, que quedó al cuidado de otros parientes y al que llamaron 'Cuqui'. Pero las habilidades del ave de Zestoa superaron con creces las de su compañero de viaje. Otros loros aprenden a pedir galletas, chocolate e incluso reproducen manchaconamente las palabrotas que algún pillastre les ha hecho repetir hasta acabar por superarle en la expresión del taco. Pepe, algo más singular que sus congéneres, no se limitó a las imprecaciones. El lorito gozaba de un lugar privilegiado para observar los trenes que pasaban por el apeadero. Por alguna extraña razón, le dio por imitar el sonido del silbato. Y ese silbido era tan perfecto que en más de una ocasión conseguía despistar a los trabajadores de la estación de Cestona-Villa.
"Pepe debía ser de izquierdas. ¡No podía ver una sotana!", recuerda Juan Manuel Grijalvo, sobrino de los regentes del establecimiento donde el animal pasó sus mejores días. "A un cura que se acercó a su jaula le propinó un picotazo de antología. A monjas, curas y frailes, les insultaba, demostrando así su anticlericalismo. Ignoro dónde pudo contraer esa fobia, pues la familia Oruesagasti, que regentaba el local, es muy de iglesia. Pero en un bar se oyen tantos comentarios...".
Pero, sobre todo, esta peculiar ave debía de tener alma de jefe de estación. Y como tal hacía efectiva la maniobra preceptiva cada vez que observaba un tren parado en el apeadero. El loro silbaba con tanta perfección que el maquinista pensaba que le estaban dando la salida y comenzaba la maniobra sin apercibirse de que era Pepe quien le había dado la orden. "El problema venía cuando silbaba y todavía no habían acabado de subir o bajar los viajeros, o la paquetería no se había terminado de cargar. Cuando el tren arrancaba, todos los paquetes y bultos iban a parar al suelo", explicaba hace unos años Juanjo Olaizola, cuando su cuerpo disecado se instaló en el vestíbulo del Museo Vasco del Ferrocarril, en Azpeitia. El exdirector del Museo del Ferrocarril aseguraba divertido que el loro no hacía distinciones porque hasta "las caseras que utilizaban el tren para llevar frutas y verduras a la Bretxa terminaban con las berzas en el suelo".
Un día, la extraña facultad del loro provocó un considerable follón, aunque por fortuna sin consecuencias. El animal divisó, como tantas otras veces, un tren parado en la estación e hizo el silbido habitual. El maquinista no se lo pensó y arrancó el tren en el preciso instante en que otra unidad hacía su entrada. En ese tramo, la vía era única para ambos sentidos. "El tren salió sin darse cuenta de que venía otro de frente, que había estado esperando en el cruce en Zestoa. Menos mal que la salida de la estación hacia Zumaia es en línea recta, y pudieron parar a tiempo. Casi se la dan", relata Olaizola, conocedor de sus hazañas.
Las aventuras de Pepe dieron algún que otro disgusto a sus propietarios. Consuelo Oruesagasti, su antigua dueña, rememoraba no hace mucho el día que Pepe fue denunciado ante las autoridades. "Un inspector que perdió el tren se fijó en que el loro causaba confusión con sus silbidos en los operarios del apeadero. Vio a una pareja de la Guardia Civil y les propuso matarlo". Al cabo de unos días, la cómoda rutina del establecimiento hostelero se quebró de golpe. Un requerimiento judicial obligaba a la familia a personarse en el Juzgado y responder por las travesuras del loro. "En aquel momento se encontraba comiendo en el hotel un prestigioso abogado de San Sebastián, apellidado Urquizu, que se interesó por la denuncia y se encargó de la defensa".
No hubo traslado a la comisaría ni juicio de faltas. Quienes conocían el caso quedaron frustrados porque ya veían la sala de vistas llena de curiosos para oír la declaración de Pepe. Pero no hubo caso. Según el reglamento del ferrocarril, el maquinista no debe conformarse con oír el silbato del jefe de estación, sino tiene, además, que ver claramente cómo agita el banderín rojo plegado, que da la señal de vía libre. El juez lo vio más que claro. Pepe no era culpable. Más bien la negligencia era de los confiados maquinistas que no se aseguraban con la vista de que los pasajeros habían dejado de subir o bajar, o de que se habían terminado de cargar los bultos en la unidad correspondiente.
Como no podía ser de otra forma, la historia del pleito contra la compañía ferroviaria saltó a los periódicos. Es más, Consuelo Oruesagasti se enteró del fallo favorable en la contraportada de un diario en Barcelona. Pepe se hizo tan famoso que en Francia llegaron a componerle la canción en la que se contaba su divertida historia. Tras el fallido pleito, el jefe de estación de Cestona-Villa decidió cambiar el tipo de silbido, con intención de despistar a Pepe. "Pero ni por esas. A los tres días, ya se había aprendido la nueva señal", señala jocosa su antigua dueña. Sus trastadas y desparpajo acabaron de golpe el día que Pepe apareció muerto.
Con la muerte de Pepe, muchos creyeron que habían llegado a su fin los quebraderos de cabeza que los silbidos del animal ocasionaban en Cestona-Villa. ¡Qué equivocados estaban! Tras la repentina pérdida del animal, la familia se hizo con otro loro al que bautizaron 'Arturito'. Curiosamente, siguió el camino del anterior. "El loro repetía todo". Y sus silbidos volvieron a perturbar el ritmo de trabajo del apeadero.
A tal punto llegó la situación que desde la operadora ferroviaria se vieron obligados a poner freno a los sobresaltos causados por el animal. En una noticia publicada el 10 de agosto de 1972, en el diario 'La Vanguardia', se reproducía una carta enviada por la dirección a los dueños del loro: "Nos vemos en la precisión de dirigirnos a ustedes para rogarles que el lorito del que son propietarios sea trasladado a otro lugar, de forma que sus silbidos no se oigan desde la estación del ferrocarril, pues de lo contrario los sonidos del referido lorito dan lugar a dudas y confusiones del servicio".
Parece ser que la cercanía a las vías era tremendamente adictiva y los loros se aficionaban a dirigir el curso de los trenes que pasaban bajo su ventana. Debido a que el pleito anterior no tuvo el resultado que se esperaba, la dirección del ferrocarril intentó otra estrategia para lograr que los dueños de 'Arturito' lo cambiaran de sitio. Aun así, y pese a que siguiera el camino de su antecesor, jamás consiguió eclipsar a Pepe.
Y la historia del loro, que el tiempo acabó casi por desterrar al olvido, fue rescatada por los Amigos del Museo Vasco del Ferrocarril. Cuidadosamente disecado por sus dueños, Pepe fue colocado hace un par de años en el vestíbulo de la antigua estación de Azpeitia. Ahí permaneció a la vista de los aficionados que, extrañados, preguntaban por el ave y reaccionaban con sonrisas al conocer su peculiar historia. Era un lugar provisional hasta que pudiera ser colocado junto a la vitrina de la colección de silbatos del museo. Pero ese destino, tan apropiado, nunca pudo ver la luz. La remodelación emprendida por la dirección provocó la desaparición del afamado animal. No hay nada que recuerde esta entrañable aventura. Y hay visitantes que se preguntan: ¿pero dónde está Pepe?.
Fuente de la noticia: El Correo.com
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