jueves, 1 de septiembre de 2016

‘El imperio de los sentidos’, un bluf para cinéfilos de versión original

Es una película franco-japonesa (1976) dirigida por Nagisa Oshima que narra, de manera sexualmente explícita, un hecho real ocurrido en Japón en el año 1936. La cinta se apoya sobre los presupuestos de una pasión sexual sin ningún tipo de inhibiciones con el fin de realizar un estudio sobre los impulsos de Eros (amor) y Thánatos (muerte). Los protagonistas, la sirvienta/prostituta Abe Sada (Eiko Matsuda) y su amo Kichi (Tatsuya Fuji), sobrepasan los límites de las relaciones sexuales ordinarias para adentrarse en una progresiva espiral de conocimiento carnal y mental que degenerará en una sumisión mutua y ajena a cualquier regla de orden moral.


En los años setenta aparece una eclosión del cine erótico (El último Tango en París, El Decamerón, Emmanuelle, etc). Las mejores películas pierden en su vertiente erótica y viceversa, salvo en ‘El imperio de los sentidos’ que gozó de una aureola intelectual y las escenas sexuales eran mostradas claramente (porno) para mostrar un resultado que, a mi parecer, defrauda desde ambos lados.

La película generó una gran controversia en su estreno. El título en japonés Ai no korîda nos remite a las fuentes intelectuales que influyeron sobre Nagisa Oshima en esa época. Principalmente, el escritor francés Georges Bataille que en 1970 escribió ‘El imperio de los signos’ dedicado al sistema simbólico japonés que resulta un tratado sobre el signo, sus reglas y su belleza.

Oshima, perteneciente a la "nueva ola" del cine japonés, que surgió a finales de los años 50, quedó marcado por una voluntad de transgresión que cristalizó en su obsesión por el sexo y la violencia como medio de protesta y de un afán de resurgir la identidad nacional y la defensa de la cultura tradicional japonesa. En esa búsqueda de la tradición, de lo ancestral recurre al símbolo hispano del toro/testículo/virilidad colocando la figura del torero en la mujer. Las relaciones sadomasoquistas valen para sujetos que voluntariamente las aceptan, pero al toro quién coño le pregunta.


La obediencia ciega de amor/pasión de Kichi ante Sada le conduce voluntariamente a entregar su vida. No es un acto homicida, la película lo refleja como un acto rebosante de entrega y amor. Oshima le amputa los genitales y se los lleva de paseo por las calles de Tokio como un acto de adoración. Una voz en off nos señala que Sada vagó alrededor de Tokyo durante cuatro días llevando en la mano la parte de Kichi que había cortado de su cuerpo. Quienes la detuvieron quedaron sorprendidos por la expresión de felicidad que irradiaba su rostro.


Dos años después dirigió ‘El imperio de la pasión’ (1978), con la que el cineasta nipón se alzaría triunfalmente con la Palma de Oro al Mejor Director en el Festival de Cannes. Sin embargo, las palabras: imperio, sentidos y pasión son demasiado grandilocuentes y aunque la película esté revestida de postizos intelectuales es, a mi parecer, un bluf que nos narra la vida porno de ‘Los amantes de Teruel’ (Tonta ella y tonto él).

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