lunes, 14 de marzo de 2016

Kung Fu, el solitario monje shaolín

Kung fu es una serie de televisión estadounidense (1972-1975) protagonizada por David Carradine. La serie relata las aventuras de un solitario monje chino shaolín que viajaba a través del Viejo Oeste de los Estados Unidos usando como únicas armas su destreza en artes marciales y la fuerza interior de su filosofía de vida, el budismo. Así pues, la serie presentaba una curiosa mezcla de géneros que le otorgó una personalidad única: por un lado, estaba la parte oriental, con las enseñanzas budistas que había recibido de niño en Oriente, vistas a través de flashbacks, mientras que, por otro, una pincelada de western (mundo occidental) en los lugares y los personajes expuestos de cada capítulo.


Viaja a los Estados Unidos con el propósito de encontrar a su medio hermano, Danny Caine, y empezar una nueva vida en familia, ya que el mismo Kwai Chang/el protagonista había huido de China tras poner las autoridades precio a su cabeza por asesinar al sobrino del Emperador. En su caminar solitario por las poblaciones del viejo Oeste va realizando justicia y actos generosos que le dejan amigos agradecidos por sus bondades y enseñanzas budistas. No obstante, hay una recompensa por su captura, vivo o muerto, por matar al sobrino del Emperador de China, pero se advierte en el cartel de busca y captura que sus manos y pies deben ser considerados como armas mortales.

Normalmente, se enfrentaba a tipos racistas, fanfarrones o corruptos a los que acababa venciendo poniendo en práctica su sabiduría oriental. Nuestro protagonista rehuía siempre la violencia y esto provocaba que fuera víctima de burlas hasta que, no le quedaba más remedio que usar su dominio mental y de artes marciales. Era muy misterioso y se concentraba (recordando las enseñanzas de su maestro, que si el dragón, el tigre, la grulla, etc) y lanzaba unas “hostias” que dejaba malheridos a sus adversarios, nunca muertos. Los malvados tenían suerte que Kung Fu fuera pacifista…

En España, la serie fue todo un éxito pues, a nivel ciudadano medio, lo relacionado con el mundo oriental era casi desconocido. Así, un monasterio Shaolin, un monje maestro y ciego que cogía un saltamontes entre sus manos con más rapidez que el ilusionista Juan Tamarit usa los naipes, nos asombraba y el uso de las artes marciales nos animó a apuntarnos en un gimnasio o comprar un libro que se titilaba: “Aprenda Kung Fu en una semana”.



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