En una época de mi vida, los 33 años, me encontraba
francamente mal. Estaba arruinado emocional y económicamente. Una mañana,
mientras paseaba por el Retiro madrileño, se acercó una gitana enlutada y
mirándome fijamente a la cara me dijo: “ A ti, te han echado mal de ojo”.
Me quede “pasmao”, cómo podía saber aquella mujer lo mal que
me iban las cosas…
“Alguien que te quiere mal te está haciendo mucho daño,
desea que fracases porque te tiene mucha
envidia”. ¡Joder, me acojonó!. Siguió hablando: “Si me das algo, yo te lo puedo
quitar, pongo unas velas, rezo unas oraciones y, de paso, me ayudas porque
tengo mis niños y, apenas, puedo darles
de comer”.
¿Cuánto te tengo que dar?, fue mi respuesta.
La voluntad, señorito.
La entregué una pequeña cantidad que me parecía la adecuada
por unas velas y unas oraciones.
Es poca voluntad… un poquito más, no sea tacaño porque en el
futuro lo tiene usted muy bonito.
Me fui pensando para mi mismo: “Te han tomado el pelo, pero
como la cantidad es muy pequeña tampoco me voy a morir”.
Ni qué decir tiene que en aquella época me gustaba ir a
pitonisas, videntes, brujas y demás ralea y aunque no se cumplía nada de lo que
presagiaban, salía muy contento con las falsas expectativas.
Finalmente, acerté en aquella búsqueda en dos asuntos:
Cristo y la meditación. A través de la figura de Jesús de Nazaret “Afortunado
el que se encuentra contigo” conseguí una fuerza enorme porque su figura
arraigó en una parte muy profunda de mi ser (yo venía del ateísmo/ciencia (“la
fe puede mover montañas”). Con la meditación obtuve calma, tranquilidad y
positivación.
Efectivamente, la misma psicología nos muestra que nuestros
pensamientos condicionan, en parte, nuestros resultados. Sin embargo, aprendí
que no es suficiente el enviar a nuestro subconsciente frases para nuestro bienestar, si nos falta “la
energía interior” que pueda materializarlas.
Conseguí, poco a poco, ir sintiéndome cada vez mejor
interiormente y eso se manifestaba exteriormente.
En un viaje a Córdoba, visitando La Mezquita, se me acercó
otra gitana y me dijo: ¿Quieres que te lea la mano?. Acepté, pero esta vez sin ningún
temor, ni deseo.
Me dijo solo tres cosas. Las tres buenas y esta vez, sí se
cumplieron. Dos han quedado en el aire, pues guardan relación con mis dos
hijos, con su futuro.
Hoy en día, creo en Dios y no en la Iglesia en cuanto
Institución y sé que hay un 1% de personas que saben “visualizar nuestra vida
en otro plano”, pero que el 99% son vividores de las desgracias ajenas.
¡A todos les doy la bienvenida ¡
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