La estación ferroviaria de St Pancras, inaugurada en 1876 en el norte de Londres es una imponente fachada de estilo victoriano.
El edificio estuvo a punto de ser derribado en los años 60, pero las protestas ciudadanas lo impidieron. Entre los “salvadores” más activos se encontraban el escritor John Betjeman, honrado en la estación con una estatua (foto abajo), y el arquitecto Alastair Lansley, que junto a colegas de la talla de Norman Foster, Philippe Starck o Martin Jennings, fue el principal responsable de la remodelación que en 2007 y con un presupuesto de más de 800 millones de libras, transformó el interior de la estación en un gigantesco recinto vanguardista que convirtió a St Pancras en una de las grandes referencias de la modernidad británica.
Los tonos azules que pretenden ser una prolongación “artificial” del cielo, los materiales nobles utilizados en el suelo, que amortiguan los chirriantes ruidos del ir y venir de las maletas, los gigantescos ventanales, que hacen innecesarios la luz artificial (de día claro), el pequeño centro comercial, con más de una decena de tiendas, los restaurantes, el mercado, donde poder adquirir productos frescos, flores o artesanía, o tomarse una copa de chardone en el bar de champán más largo de Europa (90 metros), han conseguido convertir a la estación en un espacio cultural y de ocio más de la ciudad, apto no solo para turistas y viajeros sino también para cualquier londinense que desee disfrutar del amplio abanico de opciones ofertadas.
El arte también está muy presente en la estación y aparte del homenaje al literato John Betjeman, al que se ha mencionado anteriormente, cabe destacar el gran reloj victoriano, réplica exacta del que concibiera allá por el siglo XIX el relojero del Big Ben o The Meeting Place, una preciosa escultura de bronce de 9 metros, obra del artista Paul Day, donde una pareja se funde en un romántico abrazo, representando el punto de encuentro que toda estación debe ser.
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