La fotografía que lleva este comentario fue Premio Pulitzer en
el año 1995. Un niño intenta despertar a su madre de un sueño enfermo en un
campo de refugiados del Zaire.
Tu mirada sin vida ya no soporta tanto dolor en el alma. Esos
ojos miraron siempre hacia el suelo porque la humildad es, a menudo, hija del
desamparo como la soberbia lo es de la fortuna.
Ningún hombre te cortejó regalándote rosas o bombones.
Seguramente, ni disfrutaste del sexo. Podría apostar que algún varón -casi tan infeliz como tú- te poseyó y anidó
tu vientre.
Vosotras, las mujeres del Tercer Mundo, sí que estáis siete
veces siete discriminadas y, a pesar de todo, amáis. Tu corazón te ha dado
fuerzas para cuidar del pequeño, pero solo deseas dormir el sueño eterno.
La carga es tan pesada para un cuerpo tan débil. El hambre
tuya y de tu hijo no fue un castigo divino sino de esas superestructuras político-económicas que
especulan con los alimentos, las guerras y los juegos del Monopoly.
Un sistema que nos ha manipulado hasta el punto en que la
vida de un occidental no tiene el mismo valor que la de uno de vosotros. Está
permitido matar, pero con buenos modales.
A veces pienso para qué coño nos entregó Dios la libertad si
no sabemos hacer buen uso de ella, si reincidimos en el delito para seguir
cometiendo los mismos errores.
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