viernes, 8 de mayo de 2015

El embrujo de siete estaciones españolas

Las estaciones de tren fueron el gran acontecimiento del siglo XIX y principios del XX y un examen para los ingenieros y arquitectos mejor cotizados. No son solo objeto de paso o estacionamiento de trenes, sino que representan el sentir de una sociedad.


Monumentales, eclécticas, funcionales, constituyen uno de los patrimonios más importantes de nuestra herencia arquitectónica y España cuenta con un buen número de estaciones dignas de admiración.

Bilbao-Concordia

La estación de la Concordia es un edificio singular de estilo modernista construido en 1902. Su fachada, en la que destaca un gran rosetón es, junto con el teatro Arriaga, punto referente en la zona del Arenal bilbaíno. Obra del arquitecto Severino Achúcarro , está considerada como una de las construcciones más genuina del Bilbao de la Belle Époque. Recoge su nombre de unos almacenes donde se alcanzó un pacto amistoso para cerrar un desacuerdo entre los distintos accionistas del primer ferrocarril de la Villa.


Aranjuez

Ladrillo rojo visto, con azulejos decorativos y un zócalo de piedra que abarca toda la planta baja, son elementos característicos de un edificio de estilo neomudéjar, más propio de un palacio que de una construcción civil. La estación de Aranjuez es un auténtico monumento. Formada por una nave rectangular y alargada con un cuerpo central más elevado que el resto, donde se encuentra la entrada principal y el vestíbulo, tiene en ambas fachadas la misma composición arquitectónica. El motivo central, quizá el rasgo más característico, es el hastial que acoge en su centro un gran reloj que se sitúa sobre tres grandes arcos. A ambos lados del cuerpo central, se levantan dos naves más bajas, con otros dos pabellones en los extremos que sobresalen del resto.


Canfranc

El elegante edificio pirenaico, entre modernista y art decó, aparece como por arte de magia en medio de la nada, sorprendiendo al viandante, que nunca se habría esperado encontrar tamaña construcción en los duros parajes pirenaicos. La muralla infranqueable deja al descubierto una gran obra de arte en un estado de semiabandono y que, ahora, se pretende recuperar. El complejo ferroviario fue durante muchos años el más monumental del país, aunque la leyenda lo situaba ya por entonces como la segunda estación de ferrocarril más grande de Europa, sólo superada por la de Leipzig. El edificio es un verdadero palacio con tejados de pizarra, escaleras de mármol y apliques art decó. Su construcción exigió diez años de obras y obligó a modelar la ladera del monte con muros de contención y 2,5 millones de árboles, en su mayoría pinos silvestres, para frenar la erosión y evitar así el riesgo de derrumbes y avalanchas de nieve. Sus cifras son mareantes: 245 metros de longitud, 300 ventanas, 150 puertas... El mérito de tan magna obra tiene nombre y apellidos. El proyecto salió de la mano de Ramírez Dampierre, pero la ejecución es obra indiscutible de la bilbaína empresa Obras y Construcciones Hormaechea. El paisaje duro de Canfranc y el estado de abandono de la estación nos remite a la belleza, soledad y terror sicológico de la película El Resplandor de Stanley Kubrick.


Toledo

El francés M. Hourdillée asumió la construcción de este espectacular edificio donde se combinan artesonados, yeserías y zócalos del ceramista toledano Angel Pedraza; cerrajería, lámparas y apliques del maestro forjador Julio Pascual Martínez; el diseño de Narciso Clavería, que consigue aunar funcionalidad y estética; y la dirección y vigilancia de las obras del ingeniero de caminos y director adjunto de la compañía, Ramón Peironcely. Representante de la tendencia historicista de la época, concibe una hermosa arquitectura neomudéjar, llena de matices tanto cromáticos como materiales, sin dejar de ser funcional y moderna. El edificio se compone de un pabellón central flanqueado por dos alas laterales de menor altura, en uno de cuyos extremos se levanta la torre del reloj, elemento arquitectónico reservado hasta entonces a iglesias y ayuntamientos, símbolo del auge y la importancia que estas edificaciones adquirieron dentro de las ciudades.


Jerez de la Frontera

La construcción combina el historicismo del estilo renacentista con elementos mudéjares, especialmente presentes en el apartado ornamental, y regionalistas. La fachada principal está formada por un cuerpo central que en su parte baje sirve de acceso al recinto gracias a tres grandes vanos realizados con arcos de medio punto y flanqueados por pilastras. La parte superior da lugar por su estructura a una torre que alberga el reloj principal de la estación. Hay otras cuatro, dos escoltando la central y otras dos en cada extremo del edificio. Destaca la unión de elementos como la piedra y el ladrillo, de la rejería y de azulejos.



Puebla de Sanabria

Se inaugura en 1952 con la puesta en marcha del tramo Zamora-Puebla de Sanabria de la línea Zamora-La Coruña, vía Orense. El edificio es una clara muestra de la arquitectura de la zona, con estructuras realizadas con grandes sillares de piedra y amplios tejados de pizarra de varias vertientes. Hay grandes dudas sobre el arquitecto. En varios documentos figura José Luis Tobar Bisbal, aunque en Renfe aparece como ingeniero de la línea. La empresa contratista fue MZVO, que, a través de la Sociedad Constructora Ferroviaria, desarrolló varias obras en gran parte del trazado. La construcción, inspirada en la estación de Cercedilla (Madrid), se realiza a base de grandes piezas sin desbastar, para darle un aire de montaña, con cubiertas notablemente inclinadas de pizarra. Por su estética y proporciones, llama la atención por el contrapunto entre lo rústico del trabajo de cantería y lo elegante de su línea constructiva. Arcos y semiarcos con sus recercos resaltados con bloques de piedra almohadillados y grandes contrafuertes le confieren ese toque. Destaca la cubierta sobre todo el conjunto por su altura, que supone dos tercios del total del edificio. En los 90 fue reformada parcialmente y se suprimió la chimenea más pequeña.


Zamora

Considerada por los especialistas ferroviarios una de las estaciones más bonitas de España, es una edificación tardía. Las obras comenzaron en 1927, dirigidas por el Ingeniero Marcelino Enríquez, pararon en 1932, para volver a reiniciarse en 1935 y ser nuevamente detenidas durante la Guerra Civil. El edificio no vuelve a reactivarse hasta mediados de siglo y por fin fue inaugurado en 1958, un año después de ponerse en servicio la línea Medina del Campo-Zamora-Orense-Vigo (cuyas siglas MZOV perdurarían al margen de la actividad ferroviaria). En las guías turísticas la definen como un edificio de inspiración renacentista cuyas arcadas y antepechos calados recuerdan al estilo gótico tardío. Reducida casi a su estado parafuncional de monumento, antaño su cantina gozó de gran fama nocturna, aunque mucho menos que el recibidor de ámbito romántico. El cuerpo central, de porte edilicio, delata la sobria arrogancia de las plazas mayores de Castilla, con el reloj y el escudo del colegio de Ingenieros de Caminos y Puertos, quienes diseñaron la estación.


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